su ojo. Pero esto no era todo: también existía cierto paralelismo en la composición, entre los ojos de los personajes. Para darse cuenta bastaba con seguir a la vez las dos líneas rectas imaginarias que salían de los ojos de la mujer en llamas: primero, las líneas llegaban a los ojos del personaje en la ventana y del personaje agachado, que quedarían unidos en vertical por otra línea imaginaria, algo inclinada hacia el noreste; luego, las líneas llegaban a los ojos del caballo y de la mujer tendida, que quedarían unidos por otra línea imaginaria, paralela a la anterior; y, por último, las líneas llegaban a los ojos del toro y del niño, que quedarían unidos por otra línea imaginaria, paralela a las otras dos, línea que además pasaba por la cabeza de la mujer con el niño; la cabeza del hombre en el suelo se caía de la línea inferior, pero aun así sus ojos admitían ser unidos con los del ave. Y aún se sugería otra línea recta que unía los ojos de otros tres personajes: la línea iba desde los ojos del toro hasta los del hombre en el suelo, pasando por los de la mujer con el niño en brazos. Picasso no dejó un cabo suelto; llegó incluso a unir .en una línea del todo significativa. las orejas de tres personajes, uno de ellos muy especial: la línea salía de la oreja de la mujer en llamas, pasaba por la oreja del personaje agachado, continuaba por la punta de la lanza, pendiente romboidal en la oreja izquierda de la misteriosa mujer tendida a los pies
del Guernica, y llegaba finalmente hasta la esquina izquierda del lienzo. Y los pechos claramente visibles de los dos personajes situados en la mitad inferior se podían unir con una línea paralela a la que unía los ojos de los cinco personajes de la parte superior; y la línea pasaba por los pechos de la misteriosa mujer. Tanto alineamiento no podía ser casual. Más bien parecía como si Picasso deseara así dejar constancia de que, en la mitad inferior del mural, existía una mujer, una mujer recostada a los pies del Guernica, una mujer que se extendía desde el extremo derecho para abrazar al hombre descuartizado en el suelo. Y las niñas de los ojos de la mujer con el niño se unían en línea recta con el ojo izquierdo del niño, y en el camino llevaban el pezón derecho de la mujer a la boca del niño. La línea tampoco parecía casual. Todo parecía tener su sentido. La mujer y el niño se proyectaban en el ave y en la franja blanca sobre el ave, franja que se transformaba así en símbolo de su cría. Incluso las pupilas de la mujer se alineaban con las del ave. El ave apuntaba hacia abajo con el ala izquierda, en la dirección del ojo izquierdo del hombre en el suelo. Con el ala derecha el ave apuntaba a la lámpara con forma de ojo. Y así, de esta forma tan sutil, el ojo del hombre en el suelo se identificaba con la lámpara, transformándola en ojo, en ojo de Dios, por ser Luz del mundo y