camino lo anduve con la vista clavada en el suelo, evitando reparar en las obras con las que me iba encontrando, cuadros que sentía me llamaban desde detrás de su cárcel de cristal, gritando con su silencio que los mirase, extendiendo sus formas y colores hasta los rabillos de mis ojos, cual garras de luz que intentaran atraparlos con el fin de arrastrarme hasta los marcos. EL GUERNICA Y EL DESCENDIMIENTO Por fin llegué frente al Guernica. Aún con la cabeza gacha me coloqué a una distancia adecuada. Y, entonces, alcé la mirada. No me lo podía creer: ahí estaba esa mujer, tendida de costado a los pies del Guernica. Ayer, a primera hora, no la veía; ahora no podía dejar de verla. Ahí estaba esa mujer, en mitad del horror, abrazando el cuerpo inerte de aquel hombre descuartizado, hecho un cristo. Fue al surgir en mi mente esta frase hecha cuando me sorprendí comparando a la mujer en el centro del Guernica con la Virgen María, la de El Descendimiento, semitendida en la misma dirección, también a los pies de la obra. Y si bien me parecía una locura, no podía rechazar la comparación. Una parte de mí intentaba convencer a la otra de que en estas dos obras las dos mujeres se encontraban en una posición y actitud muy similar. Mi imaginación no paró de producir ideas absurdas que evolucionaban descontroladas, intentando
comparar la espectral figura de una mujer .que solo yo veía en un lienzo catalogado de expresionista, cubista y surrealista. con uno de los santos personajes principales de una obra de uno de los pintores flamencos más afamados del siglo XV. Ni un don Quijote de las Artes soñando con su Dulcinea del Cubismo llegaría a tales extremos. Pero la locura no acababa ahí; porque, además, estaba inconscientemente deduciendo que el personaje que tenía frente a mí, el personaje cuya cabeza y brazos yacían en el suelo del Guernica, en la mitad izquierda del lienzo, se correspondía con el Jesús de El Descendimiento; y con ello mi razón concluía que la imagen de la mujer tendida junto al hombre en el Guernica se correspondía con el instante posterior al de El Descendimiento, puesto que Jesús en el cuadro de Roger van der Weyden aún no había sido depositado sobre la hierba. No solamente estaba relacionando dos cuadros irreconciliables, sino que incluso intentaba establecer una conexión temporal consecutiva entre las dos escenas que representaban. La confusión se apoderó de mí. Saqué de mi zurrón la pequeña libreta en la que había escrito la descripción de El Descendimiento. A medida que comparaba la descripción con la imagen frente a mí mi desconcierto aumentaba.