EL ARTE Sin prisas caminé entre obras de Velázquez 91, de Tintoretto 92, de Tiziano 93, de Rafael 94, de Patinir 95, de Durero 96… Disfruté de la sublime belleza que irradiaba de ellas de manera tan natural e inmediata. Seguro que había artistas contemporáneos capaces de transmitir, dentro de su estilo, un ideal de belleza comparable al de estos grandes maestros, si bien se me antojaba labor imposible reunir en un único museo de arte moderno un número tan elevado de piezas de calidad equivalente a estas. 91 Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, 1599 R Madrid, 1660). museodelprado:[Velázquez enciclopedia] 92 Jacopo Robusti (Venecia, 1518 R Venecia, 1594), también conocido como Tintoretto. museodelprado:[Tintoretto enciclopedia] 93 Tiziano Vecellio di Gregorio (Pieve di Cadore, hacia 1489 R Venecia, 1576). museodelprado:[Tiziano enciclopedia] 94 Raffaello Sanzio (Urbino, 1483 R Roma, 1520), también conocido como Rafael Sanzio, o Rafael. museodelprado:[Rafael enciclopedia] 95 Joachim Patinir (Dinant, hacia 1480 R Amberes, 1524). museodelprado:[Patinir enciclopedia] 96 Albrecht Dürer (Núremberg, 1471 R Núremberg, 1528), también conocido como Alberto Durero. museodelprado:[Durero enciclopedia] Las obras con las que me iba cruzando en mi paseo abarcaban varios siglos de pintura europea. Aun así, no se distanciaban tanto las unas de las
otras en cuanto a su ideal de belleza. En el arte moderno, sin embargo, la belleza no se percibía tan fácilmente: había que saber buscarla; y no siempre se encontraba o era posible encontrarla, por haberse redefinido el término en términos indefinidos. Todas las pinturas que estaba viendo en el Prado apelaban a la percepción natural de lo bello. Y aunque cada pintor y cada escuela tenía su propio estilo, todos parecían coincidir en una regla común, algo así como «amarás a la naturaleza, a sus formas, a sus proporciones y no te alejarás en exceso de ellas». Con el paso del tiempo las diferencias entre los estilos artísticos habían crecido exponencialmente hasta casi llegar al infinito en la época actual, en la que aparentemente todo era susceptible de ser catalogado como arte. Una obra de Velázquez entra por los ojos; triunfa de inmediato; se adentra en el laberinto de belleza que la naturaleza ha cincelado en el cerebro de cada cual y encuentra victoriosa la salida en un segundo. Una obra cubista no nace con la misma suerte. Para evitar morir devorada en el centro del laberinto por el Minotauro de la incomprensión, la obra moderna tiene que derribar viejos tabiques, esculpir nuevos senderos, seguir el hilo de alguna Ariadna, abrir nuevas puertas que la naturaleza no ha abierto porque no era necesario hacerlo, porque el cubismo sintético es una invención humana que no existe en la naturaleza y que ha