EL CINE Seguro que había muchas otras películas tan buenas o incluso mejores que estas, la mayoría desconocidas para mí. Y seguro que había fantásticas películas españolas en las que todavía no había puesto el ojo, ganadoras de Oscars, Goyas y hasta Grecos & Bastas .las más estiradas, fantasmas y soeces.. Aun así, no sentía la imperiosa necesidad de salir en su búsqueda, como si en ello me fuese la vida. No me pesaba el no haber podido crecer viviendo esas historias. Al revés, pensaba que era lógico que las grandes obras, concebidas desde y para la madurez, necesitaran también de madurez para poder ser plenamente asimiladas por el espíritu. Quizá esta actitud no fuese sino una excusa conformista, un rechazo orgulloso a la vida artificial y prestada; pero lo cierto es que el pensar de esta manera me hacía aguardar con serenidad y expectación la ocasión de poder degustar alguna de esas grandes obras, esperando estar a la altura de sus creadores cuando llegara el momento, confiando en ser capaz de percibir, con la furia y el ímpetu con que solo las obras maestras traspasan el alma, todos los matices de un dulce exquisito que el destino me reservaba para los postres de la vida 61. 61 wiki larazon elpais extraconfidencial:[1 2 3 4 5 6]
elpais:[1 2] google:[1 2] abc elpais Mateo 18, 6 vatican:[español latín] latinvulgate biblos Marcos 9, 42 vatican:[español latín] latinvulgate biblos Lucas 17, 2 vatican:[español latín] latinvulgate biblos Apocalipsis 18, 21 vatican:[español latín] latinvulgate biblos Mi interés por el cine despertó como supongo lo hizo en casi todos los niños de mi época, con los ojos puestos en las matinés de los domingos. No cabía un alfiler en aquellas inmensas salas de antaño. Y qué decir de los minutos previos al comienzo de la función: el cine era una fiesta de gritos y risas, de eufórica alegría, transformada en un silencio místico al apagarse las luces y encenderse el proyector. En una ocasión llegué algo tarde a la matiné y en taquilla me negaron la entrada. Insistí. No hubo manera. Pedí razones. Me las dieron: la sesión ya había comenzado y el aforo estaba completo. Seguí insistiendo, desesperadamente. Prometí ver la película de pie, sentado en el pasillo. Fue inútil. Aquel sentimiento de rechazo me hirió el alma. ¿Cómo podía negársele el pan a un niño hambriento? Tanta rabia me produjo aquel suceso que abandoné el lugar jurando no volver jamás. Muy a mi pesar, así lo hice: era niño de palabra. Pasó el tiempo y la herida no curó. Con los años me fui alejando de las pantallas hasta casi perderlas de vista. En aquella pequeña ciudad de mi niñez, exiliada en el océano, el cine me llegó a