PRIMERA JORNADA Esta historia comienza un día de mediados de agosto de hace ya algunos años. Es domingo y sobremesa. La tranquilidad reina sobre Madrid con triple razón de ser. Vivía yo, por aquel entonces, en un apartamento abuhardillado de la zona Centro, pequeño pero confortable, lo suficiente para el poco tiempo que solía pasar en él. De hecho, acababa de volver de un viaje: tras una semana recorriendo las Españas, sirviendo de anfitrión y guía a un grupo de amigas y de amigos a los que el lenguaje me obligaba a mi pesar a definir como extranjeros, había regresado esa misma mañana a la soledad de mi buhardilla añorando ya el próximo reencuentro con todos ellos, el que me habría de llevar, a un año vista, y esta vez en calidad de invitado, a recorrer el Gran Valle del Rift. Acomodado en el salón de mi apartamento, cómodamente sentado en el sofá de plumas, regalados mis oídos con Beethoven, que sonaba
como música de fondo, ojeaba algunas fotografías de cuadros incluidas en un viejo coleccionable que había llegado hasta mis manos hacía tan solo unas horas. Confortado por un refrescante café con hielo, arropado por el suave aroma a madera vieja que destilaban las gruesas vigas vistas del tejado, navegaba sin prisas entre las láminas del coleccionable mientras pensaba qué hacer con los días de vacaciones que aún tenía por delante. Al llegar al final del famélico fascículo y pasar la contraportada hacia la izquierda para cerrarlo, también llegó .en extraña conjunción. la música a su fin, uniéndose silencio visual y oscuridad sonora. Contemplé de nuevo la portada; reflexioné unos segundos; sopesé pros y contras y, sin más, tomé una decisión que, aun sin saberlo, habría de cambiarme la vida para siempre: los días que me quedaban de descanso los dedicaría a la que iba a convertirse en mi nueva gran pasión, la pintura. EN EL RASTRO Y ciertamente era nuevo mi entusiasmo, pues nació esa misma mañana, mientras paseaba despreocupado por el Rastro. Fue allí donde me llamó la atención un tenderete que, junto a un montón de revistas y útiles de pintar, exhibía un cuadro al que mis ojos, apremiados tanto por la hora como por el tema que reflejaba el lienzo, se lanzaron desde la distancia como cucharas